
Sea por la edad -que me hace cascarrabias- o porque la gente está últimamente insoportable -por no decir algo más feo y acertado- la cuestión es que percibo que me estoy quedando cada vez más sola. Lo grito en serio y en broma por las redes, y las redes ahí siguen. Lo contaba claro en Ropa de Cama, y sigo en pijama. Y aunque por la calle lleve la barbilla alta y la sonrisa puesta, que nadie dude que le doy vueltas al tema, que me pregunto cómo arreglarme, que se me ocurren ideas.
La noche de Ropa de Cama me agobié a pesar (o a causa de) las diferentes líneas de trabajo que llevo adelante con el fin de superar El Conflicto de los Cuerpos. Sentí un agujero negro por encima del ombligo. 'Alrededor' y 'futuro' se hicieron leves, sin interés ni importancia alguna. Me agobié y me sentí triste -de un triste pequeño pero afilado- sin dejar de pelear pensando en cómo enderezar la situación. Se me ocurrió llamar a Luis. No, a esa hora no, era muy tarde. Antes me calmaría e intentaría dormir, y si al día siguiente me encontraba igual, entonces sí que lo haría.
Al mediodía le llamé. Le saludé, le pedí perdón, me justifiqué antes de decirle nada con sentido y entonces ya le solté -sin más preámbulos- que si podía pasar esa tarde por su casa para ver una peli en el sofá, bajo una manta. "Perdona, pero me vendría muy bien un abrazo, varios abrazos, tocar y que alguien me tocara." Me respondió que sí, es un encanto.
A las 8 llegué a su taller, agradecida e ilusionada. Cerró y fuimos dando un paseo hasta su casa. Luis iba con las manos manchadas de pintura y una bolsa con trapos para lavar. Yo con una mochila llena de botes, tuppers, bolsitas con comidas preparadas (por mí, claro) e ingredientes sueltos. En la cocina abrió una botella de vino y me sonrió -entre tierno y burlón- antes de preguntarme cómo estaba. Aquello era tan absurdo que quería que se lo repitiese, no sólo para volver a reírse, sino también para averiguar hasta qué punto estaba afectada. Comprobó que -todavía- no peligraba mi vida, me acarició la mano y se marchó a la ducha dejando que desplegara la comida para la cena.
Era mi momento. Abrí la lata de puerros al limón que llevaban dos años en conserva. Abrí otra -de más o menos la misma fecha- con corazones de alcachofa en un aliño de cúrcuma, miel y vodka. Puse a freír tres croquetas de espinacas y piñones pelados por mi padre y tres de restos de cocido. Rehogué unos ajos mientras preparaba el arroz, y le añadí unas verduras a la plancha -sobras de un plato de hacía unos días- y unos trozos de piña. Aparté el arroz y puse a calentar pasta de curry y leche de coco con algo del caldo de las alcachofas.
Oí que cerraba el agua de la ducha y me puse a emplatar. Cada una de las conservas en un plato hondo, las croquetas en uno de postre. En un plato llano, grande, las verduras con la salsa de coco y curry por encima, y a un lado el arroz blanco con un poco de perejil picado que también había llevado. Y apareció. Apareció limpio, con ropa de casa y dispuesto a cenar como si todo aquello fuese lo más habitual.
Di un trago al vino y me miró contento. "Muchas gracias", me dijo. Comimos con palillos, charlamos y nos reímos. La comida estaba muy buena, como si fuese una pequeña fiesta. Lo era. Me alegré de ver, después de tantos meses, que se encontraba bien. Tenía el nuevo negocio en marcha, poco a poco estaba centrando su vida, e iba aceptando que algunas de las cosas que pasan hay que asumirlas como son, aunque no siempre sean estupendas. Tal vez por primera vez desde que nos conocíamos se encontraba claramente más fuerte de ánimos que yo. Y es que yo estaba flojita. Tan flojita que se lo había confesado y le había pedido ayuda.
Ordenada e inteligentemente recogimos los platos antes de que nos diese más pereza y -como si lo hiciésemos cada noche desde hacía varios años- nos tumbamos en el sofá, nos apretujamos y nos echamos la manta por encima un segundo antes de que la tele se encendiera. No recordaba ya lo que era la tele... ni lo que era estar tumbada con alguien en un sofá. La programación -que sólo podíamos soportar con risas y zapping- se me hizo ridícula y sorprendente. Sentir cuerpo contra cuerpo, delicioso y reconfortante. Era totalmente feliz, y supongo que por eso mismo no me he dado cuenta de ello hasta ahora. Debimos pasar algo más de una hora así, recomponiendo nuestras posturas casi sin hablar. Luego, a los tres bostezos, nos levantamos desperezándonos -como si estuviéramos de acuerdo- y con dulzura me preguntó "¿Te quedas, verdad?" Me sentí bien. ¡Lo hacía tan fácil!
Nos apretamos bajo el edredón porque sin ropa hacía frío, volvimos a abrazarnos, y me dio un beso grande -cálido y largo- arrastrado del hombro al cuello. Sentí mucho gustito... y nos dormimos.
Al mediodía siguiente le envié un mensaje. Aunque ya le había dado las gracias por la noche y durante el desayuno, volví a dárselas por los beneficios terapéuticos que me había regalado además de por ser alguien tan estupendo. ¡Qué suerte tener alguien así! Me sentía curada, con fuerza y alegría para seguir intentando, jugando, perdiendo y aprendiendo... al menos por un tiempo. Él me las devolvió -satisfecho con el colorido banquete- obviando con gracia otros alimentos compartidos.
Robando la energía a un poderoso sol de invierno, me alegré de haber tomado aquella decisión el día anterior y pensé que si conseguía algún amigo y amiga más con quiénes tener la misma confianza, mi vida estaría a salvo. A salvo sin necesidad de poner toda mi vida patas arriba, aunque a menudo dudo que no sea ésa la única solución.
Pensando en paralelo -varias cosas a la vez como de costumbre- consulté mentalmente si entre mis conocidos (ya no sé cómo llamarles) podría haber alguno de esos amigos, me pregunté si ese sistema podría ser válido a largo plazo para repartir cariños y aliviar tensiones, prioricé que debía cuidar a Luis con la mayor de las atenciones, y puse nombre al descubrimiento que acababa de practicar. Todo un concepto, un mecanismo, un recurso -con sus procesos y motivaciones, con sus protocolos y sus funciones- acababa de ser bautizado, en mi cabeza tenía nombre: 'Tupperlove'. Sin duda la marca de un cambio de era.
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