- ¡Hola! Perdona, ¿me puedo sentar?
- Pues claro, es público.
- Gracias.
10 segundos
- Perdona, ¿puedo preguntarte algo?
Un renglón de texto
- Claro.
- ¿Te importa decirme qué estas leyendo?
- Aventuras de una negrita en busca de Dios, de Bernard Shaw. ¿Lo conoces?
- No, pero suena bien.
Una sonrisa, una humillación, una inspiración.
- ¿Cómo te llamas? No quiero ligar. Si te molesto me lo dices.
Muy breve nueva humillación
- Me apetece hablar con alguien. Es viernes por la noche y no quiero salir otra vez de bares, bebiendo, haciendo las mismas tonterías y, demasiadas veces, aguantando algún pesado presumido. Me apetece hablar con alguien de mis cosas y conocer a alguien distinto que me cuente las suyas, si le apetece. Pero no hay sitios para eso. Hay bares para beber, clubs para bailar y seguir bebiendo, restaurantes para comer (ahí sí que se puede hablar un poco... y beber aún más), cines para ver películas, iglesias para rezar... pero no hay sitios para hablar. Me apetecía hablar con alguien y te he visto ahí sentado, leyendo, solo y tranquilo, y he pensado...
- Andrés, ¿y tú?
- Marina
- ¿Eres de aquí? Bueno, de la ciudad. ¿Vives aquí?
- Sí, sí. Bueno, llegué con 4 años. Mis padres nacieron aquí, pero también con 4 emigraron. Se fueron juntas varias familias cuando la guerra. Una era la de mi madre y otra la de mi padre. Después de nacer yo, la pequeña, volvieron.
- ¡Qué interesante! ¿Tienes algún hijo con 4 años?
2 segundos y risas
- Es que si tu hijo los cumpliese ahora tendrías que salir corriendo. Como Cenicienta.
Más risas
- No, no tengo hijos. ¡Soy joven! ¿Cuántos me echas?
Fruncido de ceño
- Perdona, ¡qué pregunta más estúpida acabo de hacerte! Y el comentario. Da igual, tengo 36.
- Yo, 44. Te gano.
- ¡Ala! Pensé que tenías menos.
- Te queda el comodín de 'el hijo de una amiga cumple 4 ahora mismo'.
- ... ¿para levantarme e irme?
- Eso mismo, por si no querías hablar con alguien tan mayor.
- Nooo, perdona. Sólo decía que me parecías menos. ¡Es bueno! Que pareces más simpático, deportivo y atractivo que uno de 40.
Rubor
- Pareces más.
- ¿Qué?
- Que tú parece que tengas más de 36. No es malo. Por tu calma, expresiones y el hecho de entrar a un desconocido en la calle para hablar con él...
- Muy raro, ¿no?
- Un poco, pero también encantador. Encantador y afortunado.
- Gracias. ¿Afotunado?
- Sí, la fortuna, la suerte, el azar. Justo en el momento que te has parado y me has preguntado si podías sentarte, estaba soñando que una chica guapa, interesante, curiosa y preguntona se paraba a charlar conmigo.
2 segundos
- ¿Y era negra?
- Y era negra. Y empezaba preguntándome que si era dios. Pero no importa, me conformo con la adaptación albina del sueño.
Risas cruzadas cómplices e insinuadas
- Perdona, ¿cómo te llamabas?
- Andrés, como Bretón y Segovia.
Sonrisa
- Andrés, si quieres seguir leyendo el libro...
- ¡Qué va! Esto es más interesante y lo otro puedo llevármelo a casa y dejarlo para luego.
Cierre de libro
- Gracias. ¿Puedo adivinar a qué te dedicas? ¡Músico!
Negación sorda
- ¡Escritor!
Negación y risilla
- ¿Artista?
- Eso es trampa, artista es muy amplio. Todos lo somos. Tú podrías estar ahora actuando el papel de una joven que interrumpe a un agraciado lector en medio de la calle...
- Eres artista. No sé si vives de eso, ni me importa, pero eres artista. Tenía que haberlo adivinado a la primera. Es amplio, sí, pero no todo el mundo lo es. O al menos no lo desarrolla, ¿no te parece?
- Sí, creo que pienso lo mismo. Entonces tú, ¿también eres artista... practicante?
- Para nada, al contrario. Me encanta el arte, las habilidades de tanta gente para generar belleza y sorpresa. Obras en innumerables formatos que se adaptan a cada momento y cultura de la Historia. Pero no me siento capaz de producirlo. Seguro que me dices que podría.
- Podrías
- Ya, me lo han dicho más veces. Es posible que tenga la capacidad, pero la prueba de que no soy capaz de desarrollarla la tienes frente a ti en carne y hueso.
- Me gusta la carne y el hueso.
2 segundos
- Perdona.
- No, no pasa nada. Alimentas un poco mi ego, es todo.
Silencio largo
- Entonces ¿tienes algún tema del que querías hablar o buscamos uno?
- ¡Ah, sí! No. Digo que sí tengo muchos temas pero no me acuerdo ahora. Se me van ocurriendo a lo largo del día y echo en falta a quién contárselos. Me recuerda a mi madre que decía que debería ir con una grabadora encima porque los demás luego no recordábamos correctamente lo que habíamos hablado con ella. No deben ser muy importantes, mis temas, cuando luego no tengo dos, tres o cuatro temas bien definidos sobre los que recordar de qué quería hablar. Y sin embargo me pesan. Perdona, menudo rollo te estoy soltando.
- No.
- Sí. Te he quitado del libro de la negrita para hablar y ahora te digo que no sé de qué hablar.
- Parece que lo que te falta es la grabadora. Ése es un buen tema. Muy bueno y habitual, común.
Encogida de hombros
- La negrita, por ejemplo, se ha echado a la selva a encontrar a Dios, el dios que le han sermoneado en las misiones. Está hablando y discutiendo con los dioses que se encuentra. Si llega a encontrar 'el suyo' podrá hablar con él, contarle las cosas que hace y las que duda, y consultarle, pedirle consejo. Si no lo encuentra, y eso que ella parece muy independiente, de un modo u otro buscará a alguien a quien contarle que lo buscó y no lo encontró, o que no existe. Por cierto, la negrita también se pregunta por qué las mujeres no pintan nada en ninguna de las religiones, pero este es otro tema. No te cuento más detalles por si lo lees. Es cortito y está muy interesante, incluida la introducción sobre la importancia de la Biblia del propio autor.
- ¿Y? ¿La grabadora?
- Sí, perdona. La compañía. Poder hablarle a alguien. La grabadora sería, sino una metáfora, un caso extremo. Hablar con una cosa. Otro extremo sería escribir. Hablar con el papel. La compañía sería una cosa, un objeto. Triste pero... No creo que tú quieras una grabadora, la verdad.
- No, eso era mi madre.
Breve pausa reflexiva
- Oye, yo ya te aclaré que no quería ligar. ¿Tú sí ahora?
- No. Digo que me parece, por lo que has contado, que querrías a alguien. Alguien contigo a quien poder contarle las cosas. Por otro lado sí, me gustas. Te veo un poco liada, de ideas quiero decir, pero tampoco te conozco de nada... Creo que el hecho de asaltarme como lo has hecho ya han sido dos puntos y el resto sólo podía sumar.
Risas
- Si quieres quedamos otro día y charlamos. O si lo prefieres... yo suelo sentarme a leer aquí al anochecer, en este banco, durante el verano. Corre aire y tengo una farola encima.
Se levanta
- ¿Cuánto te queda del libro?
- ¡Me lo acabo hoy! Voy por la mitad, es cortito y me está encantando. Seguiré disfrutando de la noche un rato más aquí sentado, hasta acabarlo.
- Pues creo que pasaré por la biblio pasado mañana, a ver si ya lo has devuelto. Para enterarme de cómo la negra busca a dios y cómo habla con los que se encuentra. No lo había pensado antes, las bibliotecas son sitios de hablar.
Da un paso y se vuelve
- Y, por cierto, no tienes razón. El que escribe no habla con el papel, habla con un montón de gente. Gracias y buenas noches.
Sonríe
Se aleja y murmura
- Incluso puede que entienda por qué soñaba que me parase ahí...
El título es provisional. Probablemente este cuento sea parte de una serie aunque no sé aún si de bibliotecas, de encuentros, de bancos... donde intentaré trabajar un poco más con los diálogos.
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