(a través de las palabras)
Una idea puede ser redonda, cuadrada o puntual. Una de las tres podemos echarla a rodar. Puede estar clavada y, aunque también fija, no es lo mismo que enterrada. Puede sobrevolar nuestras cabezas o caernos del cielo. Puede ser flexible, retorcida o llana, o las tres cosas a la vez como la pasta de espirales una vez cocida. Se puede tratar de un barullo de ideas si están liadas, o de una idea lineal si tiene consecuciones lógicas. Podemos tener una idea luminosa y a un tiempo alumbrar una tenebrosa idea... Las más brillantes suelen estar en la sombra y sin embargo son ellas, las sombras, las que más comúnmente nos las revelan. La idea puede ser enorme, o de poca monta. Siempre dependerá de qué propiedades se midan, digo yo. Puede ser volátil y perderse en los cielos como los globos multicolores en Up! o firme como la apisonadora que urbaniza los suelos alrededor de la casa del viejo Walter Matthau, entrañable cascarrabias ideado como dibujo. Una idea puede ser rastrera como las uñas de gato o de elevadas alturas como las de los astrónomos. Hay ideas sólidas, amorfas, rocambolescas.
Existe la idea generalizada de que una innovadora no es preconcebida, pero permíteme que tenga otra idea al respecto. Otra cosa es aparcarla para inmediatamente cambiar de idea. Mi recomendación es que hay que hacerse a la idea. Por más ligera que sea, siempre es más que no tener la menor -tamaño más elegante para rechazarla que ofensivas bestias o profesiones- idea. Y si no te ofusca, déjala un buen rato dando vueltas a la cabeza porque puede que sea clave, aunque sea en conjunto cuando aparece el poder de las ideas.
Si una idea quema en las manos podemos refrescarla, así pasa de ardiente a tibia antes de congelarla. Una idea densa rara vez es saltarina. Pero si lo fuera podría cogerse al vuelo, asfixiarla entre las manos y aplastarla con un pie. Es una idea siniestra ser tan cruel. La idea también puede ser dulce, salada, sosa, agria, amarga... Depende mucho del aliño y la conservación de los términos que emplea. Y si lo deseamos, puede amasarse antes de cocinarla y sacarla del horno. O esculpirla, antes de limarla para que no parezca una idea sin pulir.
La idea puede estar próxima aunque no se tenga remota idea. Si de tan próxima es palpable, mejor colorida que gris. Y mejor también sonada que muda. Ensordecedora, sin embargo, sería demasiado ruidosa. Si abonamos el campo es fácil que broten ideas, pero si no las regamos sin duda las encontraremos marchitas. Si decidimos cobijar una idea es conveniente alimentarla antes, pero sin engordarla en exceso: no es inteligente abundar en ella tras destrozarla.
No es de extrañar que un clarividente pueda tener ideas ciegas. O que albergue oscuras ideas que sólo se aclaran cuando prende una nueva y refrescante: ése es el instante en que se enciende la bombilla. Si se encienden muchas, se produce un bombardeo de ideas que sin duda producirá alguna idea explosiva. Una idea contundente igual que una afilada, es probable que se fragmente tras el impacto, especialmente si no es una idea flexible e integradora. Sin embargo, la lluvia, más aún de una tormenta, transporta las gotas hasta un mar de ideas, en el que no debemos ahogarnos.
Se puede soplar una idea aunque ésta se desinfle fácilmente y caiga por su propio peso. Y no me refiero a esa idea central que a estas alturas ya debe resultarnos omnipresente: la idea puede ser una idea informal pero no insustancial. ¡Ay, qué farragoso es todo esto! Parece hecho a mala idea. Y la verdad es que después de tantas ideas no sé si fue buena ponerme a escribirlo. A algunos les parecerá una idea de lo más peregrina a otros, tal vez, un escrito ideal.
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