Pan blanco, pan moreno. Misma historia.

La pequeña era tan rubia y tan blanquita que su madre le enseñó desde los primeros días de colegio a cepillarse con esmero el pelo y a maquillarse cuidadosamente. La presumida Natalia hacía gala desde siempre de su diferencia en una tierra de campiña y pieles tostadas por el sol.

María era alta y caminaba agachada desde los 11 años escondiendo sus primeros y avanzados pechos. Las bromas en clase rondaban en torno al baloncesto, a un pino o al campanario de la iglesia. En el patio se quedaba sentada leyendo en un banco de espaldas a los columpios de los pequeños. En la cama se acostaba hecha un ovillo, no fuese que su madre notase que no cabía y le comprase una más larga.

María y Natalia conocieron a un chico, cada uno el suyo, que les gustaba y con quien hubiesen deseado compartir su vida. ¡Eran tan jóvenes! Habrían pasado por muchos más chicos, chicas, historias, situaciones, estados... pero materialmente no ha lugar en este breve relato.

El chico de María era un muchacho importante. Fuerte, grande, sano, de la misma estatura que María agachada. Era uno de los guapos del pueblo y su ganada altivez sólo se perdía cuando coincidía con María de camino al instituto. Uno de esos cruces que en las películas, con un breve plano medio de cara a cara, un hola, y un sí-quiero, resuelve el final feliz. Pero esto no era una peli. Se cruzaron 2 veces al día durante un curso entero, aunque la cabeza gacha de María no dio oportunidad al ruborizado mozo que hubiese podido ser su querido compañero. Así 'el chico de María' se quedó en los entresijos de los pensamientos y deseos que le atormentaron durante tanto tiempo. Hollywood nunca lo hubiese permitido. Tal vez hoy sí lo hubiese hecho la HBO.

Durante el colegio Natalia no se fijó en nadie que le atrajese. Ella era demasiado bonita, demasiado rubia y demasiado blanca para ninguno de aquellos. Tan solo algunos actores que veía en el cine Avenida, y si acaso algún artista de las revistas, estaban a su altura. En la universidad, en la gran ciudad, la cosa cambió. Un poco. Enseguida conoció a Javier, un chaval pequeño y moreno ‘pero muy listo y simpático’ cuya sola visión le ayudaba a sentirse menos sola, menos lejos de su casa. Si bien seguía igual de presumida, Natalia relajó sus defensas hasta el punto de dejar que Javier, armado de valor, le invitara una tarde a un café sacándola a mitad de clase. Pero fue empezar a hablar en pleno shock hormonal y Natalia se percató de que el chico era de su mismo pueblo, aunque incomprensiblemente no recordara haberse fijado nunca en él allí. Más de lo que podía admitir. Se levantó sin más explicación y Javier nunca volvió a saber de ella aunque Natalia no consiguiera olvidarle a lo largo, al menos, de toda esta breve vida de ficción.

No considero ninguna invención, ni desatino, afirmar que se puede explicar la historia moderna de una nación como Inglaterra a través del consumo del pan blanco y el pan moreno. Del mismo modo el estado de las consecuencias catástrofes financieras se han estudiado analizando los cambios de precios y de menú en las cartas de cadenas de comida rápida.

La observación rigurosa de las percepciones de las diferencias y similitudes en los distintos aspectos de cada persona puede llevarnos a un nuevo enfoque de la relaciones individuales y grupales de cada uno de nosotros. “Quiero ser como los demás. Quiero ser distinto. Quiero ser original. Quiero ser normal”. Encontramos habitualmente estas intenciones en los personajes de los realities de televisión, en nuestro grupo de conocidos y en nosotros mismos. En un peinado, una profesión, una colección de MP3 o en un puñado de ideas políticas. Peinados afro, profesiones de renombre, canciones modernas, ideas de derechas, pieles blancas, alturas desproporcionadas... Clasificaciones que agrupan o separan -los límites entre ‘lo diferente’ y ‘lo parecido’-, que reunidas y convenientemente estudiadas pueden explicar la evolución de las finanzas o el transcurso de la Historia, pueden decidir una vida u otra.

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~ El museo de los monstruos de cera. Italo Calvino.

Opinión: 
De momento, nada.
Texto
Castellano
8 de Junio de 2018

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