A veces sueño lo que no soy.
Soy una persona de secano, de interior, y conozco la mar por García Márquez, Melville, Defoe... Desconfío pues del comentario banal de quien desea anclar su habitar en primera línea para poder verla en cualquier momento y escuchar sin fin su chapoteo. Complacencia costera -superficial- que han conseguido imponer, como tantas durante las últimas décadas, a base de repetición, manipulación y televisión (secuencia que viene a ser lo que una reiteración).
Quien crea que desea amarrarse a su orilla de por vida, no ha pasado las horas en su compañía, no la conoce. El fatídico encuentro con la oleada disfrazada de espuma, tras el espejo de la mar calma, cruje y desvertebra los cuerpos con macizo y violento golpe. La espiral de masa líquida los fleta y entierra inevitablemente en un camposanto fluido e inabarcable. El monótono e inagotable ir y venir, marea día y noche, año tras año, desmorona, deshace, desintegra rocas impermeables, apostados acantilados.
La gente de la mar vive tierra adentro, y cuando decide salir y sumergirse en ella, abandona su casa y atraviesa la orilla -trámite ineludible- a todo trapo.
La orilla es el escaparate, cómodo atractivo engaño escogido, que denigra a la madre y engaña al padre de todas nosotras, obvia la esencia de todas las cosas.
A veces sueño despierta, lo que no soy y lo que es.
A veces fumo. A veces bebo. A veces leo.
Y a veces, sólo algunas veces, sueño que soy el mar, la calma y la tempestad.
Sueño que estoy viva... y tú muerto.
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