De camino a casa me paro a tomar el aperitivo y al nada aparece Mario. Nos hemos visto 3 veces esta semana y estoy convencida de que hoy no ha aparecido por casualidad. Charlamos, quedamos para otro día y de golpe se despide de camino al trabajo quejándose: "Ay, lo a gusto que iría yo ahora a casa como tú, y me fumaría un pitillo..." A lo lejos, para mí, respondo con cierta chulería: "pues ya sé lo que voy a hacer hoy".
No lo había pensado antes pero acabo de decidirlo.
Ya en casa me he preparado un plato de arroz blanco y frío dos rollitos que preparé ayer. Quien me conozca un poco sabrá lo que me gustan los rollitos, y más si los preparo a mi gusto. Rebaño el plato con los palillos como puedo y me sospecho con bigote de salsa de soja. Satisfecha, río.
Me hago el porro -que va a atravesar la frontera entre rutina y desconexión- y antes de encenderlo preparo el escenario: acerco al sofá el libro que tenía apartado desde hace unas semanas, busco el cenicero que hacía días que no usaba, me sirvo un té y el último trozo de bizcocho. Se me ocurre que en breve me calará el frío del salón así que también traigo la estufa del dormitorio y la enciendo. Me siento y fumo, leo, bebo, como. Me adormezco y cabeceo. Me despejo, sigo leyendo y pienso en ver una película que aparece en el libro. Me levanto y la pongo a descargar, y mientras se baja preparo un nuevo bizcocho. Lo meto en el horno y me vuelvo a sentar, junto a la estufa encendida, para ver la película. Un poco antes de que acabe, la pauso y me asomo al horno. Lo apago y saco la masa crecida, dorada y humeante. Voy al baño 'para hacer tiempo a que se enfríe', vuelvo a la cocina a rellenar la taza de té y cortarme un pedazo de bollo reciente, y recupero el sofá para ver lo que quedaba de peli. Se acaba. ¡Qué buena la peli! ¡qué bien el libro! ¡qué estupenda me siento!
"Voy a seguir sin hacer nada. ¿Qué hago ahora?" Miro el móvil y son las 10. "¡Cómo pasa el tiempo! ¡qué bien!". Apago la estufa, pongo encima el libro, el té, un último pedazo de bizcocho, el teléfono y el cenicero con la colilla para luego, y empujo todo al dormitorio. Me quito la ropa menos los calcetines y la camiseta y me meto bajo el edredón. Cierro los ojos y confirmo que esa tarde no he trabajado nada y me siento llena. Me despierto 5 minutos antes de que suene el despertador y observo el té y el bizcocho intactos. Me quedé dormida. Ya en pie con destino a la ducha antes de una nueva jornada vuelvo a ojear lo que hay sobre la estufa y la colilla ha desaparecido. Tengo el desayuno preparado y otro día por delante.
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