Animales

Esto que escribo sucedió hace muchos años. Yo era una joven estirada y escrupulosa. Nunca había salido de Londres, ni siquiera cuando mis padres me pedían que les acompañase de excursión río arriba, hacia Richmond o Hampton por la orilla del Támesis. En esas ocasiones siempre, desde que tengo memoria, les replicaba "La ciudad es para las personas, el campo para los animales" y me quedaba sola hablando por teléfono o viendo la tele desde la moqueta.

Sin embargo un día, yo aún estaba en el instituto, debí enamorarme como algunas niñas hacen. Al salir de clase vi un joven con bigote, cara de malo y pelo gracioso que, no sé por qué, imaginé que podía acabar de salir de un concierto de Oasis o, mejor, de un ensayo o un pase privado, e inmediatamente le seguí. Mientras avanzamos no se giraba pero parecía oírme y cuando perdía mis pasos se detenía a encender el cigarro hasta que volvía a tenerme cerca. Entonces él reanudaba el paso apretando el ritmo y me obligaba a correr con los cuadernos de biología y política golpeándome la espalda. Atravesamos muchos barrios y probablemente pasaron muchas más horas. Parecía un juego de adultos que no conocía y no tuve tiempo de decidir si me atraía o repelía, pero ya estaba allí. En un momento dado, antes de que me diera cuenta, se paró de golpe. También paré yo, en seco. Miré alrededor y todo se me apareció desierto, frondoso, oscuro. Me encontré en medio de algo que me pareció la desconocida selva del cuento de Conrad de la clase de Mrs Bobrowska cuando, por sorpresa, hizo un movimiento brusco, se giró hacia mí y se convirtió en fiera. No me dio tiempo de ver de qué especie de animal se trataba. Grité, di media vuelta y huí corriendo. Sin pensarlo, después de no sé cuanto tiempo, bocinas, gritos, frenazos... paré, exhausta, y me encontré frente a la puerta de casa. Un último impulso y alcancé la puerta. Pasé, cerré inmediatamente, respiré hondo y caí rendida en el suelo incapaz de llegar al cuarto. Sólo me quedaron fuerzas suficientes para quitarme la ropa. Apestaba a vértigo animal.

Al día siguiente volví a clase como si nada hubiese pasado, echando en el camino la bolsa a un contenedor de basura, y nadie hasta hoy ha sabido de mi encuentro salvaje. Mis padres -ignorantes- comentaban: "Se está haciendo mayor". Diré que fue mi primer desencanto amoroso para no turbarles. Pero fue más un aviso, una señal, una enseñanza que me sacó por la fuerza de la ignorancia, de la inocencia, de la niñez. Desde entonces soy un poco menos estirada, me he ido sintiendo más atraída por la naturaleza -que lo es todo- y a diario, soy consciente, tengo relación con animales.

Opinión: 
4
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Texto
Castellano
15 de Septiembre de 2018

Comentarios

No entendí un carajo

Hola María. Supongo que tampoco un pimiento, ni un comino. Disculpa, será culpa mía por no saberme expresar. Realmente quería contar un huevo (o un montón). Espero que entiendas otros. Un saludo y muchas gracias por participar. Sólo con eso (con poquito) ya soy feliz.

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