- En 7 estivales capítulos
2. El cuerpo (primer día)
P. Desde hace un año he estado yendo a la piscina municipal. Además de quemar algo de ansiedad y ganar otro poco de autoestima manteniendo el culo en su sitio, ligué al principio con Eva. Eva -enfermera y madre de 34 con un 'señor' cuerpo- se remojaba en días alternos con muecas altivas y despectivas hasta que le cambiaron de hospital. ¿Por qué no me decidí entonces por Paula -su amiga flaca, simpática y dulce- que primero pareció interesada por mí? Creo que por su nariz aguileña o porque le colgaban algo las tetas en su bañador poco favorecedor. Menuda gilipollez, ¿no? Tengo que seguir aprendiendo. Y de paso tengo que conocer gente.
E. De entre sus amigos quedaba ya poco que rascar y con sus amigas prefería ni intentarlo. Que supiera ninguna había mostrado nunca interés alguno por ella y, con sensata precaución, prefería mantenerlas como lo que eran, amigas. Quedándose en casa no conseguía más que fantasear sobre posibles relaciones, todas carnal y emocionalmente placenteras, para acabar masturbándose habitualmente antes de quedar dormida. Saliendo de noche solo encontraba estúpidos divorciados o solterones, cuya situación sin duda se habían merecido, o cretinos que engañaban a sus parejas y a todo el mundo por satisfacer su ego y necesidades más básicas. Alguna vez dio con algún tipo más que interesante, pero no tuvo tiempo de descubrirlo en su acelerado salto de cama en cama. Cortó con eso hace seis meses y aunque sola, se encontraba más o menos bien. Digo 'más o menos' porque no le abandonaba la ansiedad por ese brazo amputado que nunca tuvo, o por esa prótesis que imaginaba la completaría.
P. Me apunté a clases de baile, baile contemporáneo, de ése que igual te revuelcas por el suelo que entre tres te lanzan por los aires. Dadas mis habilidades rítmicas, éste es el tipo de baile ideal. Podía moverme con libertad, compartir sudores y poner a prueba mi más o menos buena forma. Podía mostrar mi cuerpo y ver el de los demás, el de todos, no sólo el de las chicas de los vestuarios separados de la piscina. El de los chicos -había pocos pero algunos cuerpos me parecían realmente sugerentes- podía verlos con suerte al entrar o salir del agua, y a mí me gusta mirar, ver durante un rato y ser vista con tranquilidad. La verdad es que con los vestuarios separados es más difícil aprender. Me encantaría hartarme, literalmente, de ver cuerpos de tíos, gordos, fofos, musculosos, casi sin picha o con ella gorda y redonda como la de Andrés, con el culo caído, con tetas, depilados o melenudos, con manchas de nacimiento o enfermedades posteriores, cuerpos asimétricos, desproporcionados, altos, bajos, pequeñitos... ¡qué más da! Ver tantos, ahí delante sin provocación ni pudor, que no dejara duda alguna de que se trata sólo de cuerpos, como los de las mujeres que sí me dejan ver. De momento unos pueden atraerme más que otros por distintas razones y, sin embargo, de un simple vistazo es imposible saber quién finalmente me gustará más o menos. La verdad, se me hace un poco complicado todo esto.
E. Era consciente de que en sus relaciones con chicos a menudo se comportó más como se supone que debe hacerlo el macho y otras veces disfrutó cuerpos de varones que eran bastante femeninos, algunos muy bonitos. Estaba convencida de la inexistencia de límites reales entre los géneros y con el fin de normalizar la situación, que los vestuarios fuesen mixtos le parecía no solo lógico sino necesario. En cualquier caso y a pesar de sus teorías, el atractivo físico siempre es una variable a tener en cuenta, y ella, un vivo ejemplo de ello. Por eso en su primer día de clase llegó despreocupadamente arreglada y fijándose bien en todos los que allí estaban.
- Hola. Soy nueva. ¿Qué hay que hacer?
P. A mitad de la frase ya estaba pensando en la estupidez que acababa de preguntar. Vi risitas en algunas caras y pensé que me gustaban las personas mentalmente ágiles y con buen humor. Minutos después, me tropecé con el tatami y casi me desnuco al caer. Entonces, con el mismo razonamiento, tuve que aceptar que me gustaban todos los presentes.
E. Le encantó y se apuntó todo el mes, los miércoles de cada semana porque era el único día, que si no se hubiese apuntado más. En clase se movió como si estuviera loca, posesa e inválida, y disfrutó. En un momento dado alguien acarició su espalda con firmeza. Luego ella tocó por encima de las ropas algún pecho, culo, pierna... partes indefinidas de carne, músculos, cavidades y articulaciones. Se agotó como hacía tiempo no se cansaba. Compartió espacio y sudores con nuevas caras que parecían alegrarse de tenerla allí. Todos los presentes eran adultos, conscientes de su cuerpo y del de los demás, y, dentro de lo que cabe, seguros de usarlo como algo de lo más natural, al menos para el baile.
- El próximo miércoles llevo las galletas que hice ayer para compartir.
Una historia en 7 cómodos capítulos para mayores de 38 años, porque con menos no lo entenderían.
Porque las palabras (Ansiedad, Baile, Comida, Deseo, Excitación...) no pueden calmarte. Porque la soledad nunca va sola. Porque somos cuerpos en medio del conflicto aunque nos atiborremos de croquetas.
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