- En 7 estivales capítulos
5. El ansia y la paz (cuarta clase)
E. Creo que no era consciente pero empezó a entrar en fase de barrena. Una fase por la que ya había pasado unas cuantas veces en su vida aunque desde hacía mucho no sufría. El jueves sacó de la biblioteca la biografía de Nureyev escrita por Percival. Le sonaba el nombre del maestro bailarín y apostó que su historia podría desvelarle más detalles de su recién descubierto medio de expresión, medio de placer protegido del ruido mundano. El viernes pensó seriamente en ir a una discoteca, a bailar sin que nadie le molestase, a pesar que no iba a una desde que dejó de ser joven. El sábado, en casa, se puso la impecable Las zapatillas rojas de Pressburger, la intensamente ochentera Paris is burning y, porque en el fondo la cuestión iba de cuerpos, El nadador con ese sublime Burt perdido en el espacio líquido de las piscinas del vecindario. Remató la jornada cinematográfica recordando a Manu bajo la sábana. El domingo por la mañana pasó más tiempo del que probablemente es saludable girando sobre sí misma mientras acompañaba los rayos de sol que avanzaban por el suelo del salón. El lunes perdió más de una hora de trabajo buscando en Google artículos de la serie Fama y saltando de enlace en enlace. El martes se encontraba decididamente ansiosa.
P. El miércoles volví a llegar la primera, esta vez incluso antes que la profe, por lo que me tocó esperar en la acera. Enseguida llegó Mariona. Nos saludamos y me preguntó con soltura que a qué me dedicaba. No sé por qué pero me sentía como si fuera su tutora de trabajo de doctorado, ella inquiriendo con asombroso interés y yo respondiendo con seriedad y calculando, con cierto temor, mis palabras. Esta relación solo se rompía cuando, tras mi réplica, la mocosa se partía de risa antes de volver a fijarse en mí, perpleja, como pensando "¡Menuda tía rara!". A la tercera risa apareció la profe.
E. La estrella: libertad total, el mejor momento de su semana. En casa lo había practicado un par de veces en el suelo del comedor pero ni remotamente era capaz de rememorar idénticas sensaciones. Cuando llegaba a clase los miércoles, se tumbaba en el suelo y fijaba la vista en la viga que una vez soportó una grúa de mecánico. En el preciso instante en que estiraba brazos y piernas en forma de cruz y cerraba los párpados guardándola de su visión del Mundo, se disipaba su ansiedad. Tras ello le esperaba el placentero sufrimiento de los estiramientos, el liberador permiso al desorden atravesando en cualquier postura la sala, y el deseado baile y contacto. Pero el momento perfecto se encontraba con toda certeza en ella tumbada, abandonados los pesos de su cuerpo y sus deseos sobre el duro suelo. En ese estado ni siquiera recordaba haber planeado, escenificado mentalmente, volver a bailar con Manu y descubrir si él también la deseaba. Ahí tumbada no deseaba, y seguramente por eso se encontraba esencialmente bien.
P. La profe empezó a mandarnos ejercicios y pensé en Manu. Si bailábamos juntos le interrogaría con la mirada para saber si él sentía lo mismo, si se excitaba como yo lo había hecho y si quería que nos fuésemos a bailar por ahí, antes de irnos a casa y desayunar mi último bizcocho de higos al ron. Hicimos cuatro cambios de pareja y al segundo ya estaba con Manu. No salió como la vez anterior pero tampoco estuvo mal y aunque el interrogatorio no fue definitivo, sí que entendí que podríamos rematar la faena en el bar. Para el último ejercicio volvió a tocarme con Mariona. Teníamos que apoyarnos la una sobre la otra, dejarnos caer, reposar nuestros cuerpos el uno contra el otro y girar sobre nosotras mismas sin perder el ritmo ni el equilibrio. Al empezar nos costaba arrancar cada paso, cada cambio de ritmo, pero poco a poco las evoluciones fueron sucediéndose como espontáneas sorpresas compartidas. Coincidiendo con el principio de un tema envolvente que no había llevado yo empezamos a girar sin pensar, frotando nuestros cuerpos y compartiendo el sudoroso ambiente armonizado. No sentí nada sexual pero sí totalmente corporal.
E. "Nada sexual pero sí totalmente corporal". Dudo que de alguna forma puedan disociarse ambas cualidades. En cualquier caso, la pareja bailaba como poseída De algún instinto animal, de Juana Molina, un archivo que había copiado de su carpeta de música recién descargada. Resultaba lógico, por otro lado, que no lo recordase ni en ese momento reconociese, pues durante el ejercicio se sintió a miles de kilómetros de aquél garaje y de aquella ciudad, como un árbol creciendo aceleradamente en una selva tropical durante la estación de lluvia y calor asfixiante. Fundían los estados de juego, lucha, paz, risa, agotamiento, alegría, satisfacción... en indefinidos y amorfos movimientos, capaces de enmascarar perfectamente la tensión sexual en caso de que la hubiese habido. Si me sintiese un poco más vieja, como una abuela, creo que exclamaría que estaban para comérselas.
- Podríamos ser amigas, sólo amigas. Aunque tal vez me esté empezando a flipar con ella.
P. No me parecía correcto. Por un momento imaginé que podría ser la hija de alguna antigua amiga mía del colegio y eso no me hacía ninguna gracia. Es cierto que al final siempre reía pero el resto del tiempo me trataba con un respeto y seriedad que parecía que hablase con una sabia y respetable anciana. La anciana era yo, claro. "¡Qué narices!, abandona tus esperanzas, tus oscuras y escondidas intenciones, tus fantasías". Un rato antes había escuchado a Javi contando a Manu que a ver si tenía suerte y le tocaba Mariona en el siguiente cambio de pareja.
- Nueve de cada diez doctoras recomendarían a Javi, frente a mí, como pareja de Mariona.
E. Al salir de la ducha descubrió que Manu se había ido antes de dirigirse al bar de costumbre, antes incluso de despedirse al menos de ella. Posiblemente no había comprendido sus indicaciones, aunque más probablemente no le interesaba un lío en ese momento y circunstancias. De camino al bar Javi le comentó, puerilmente, lo distinta que la encontraba dentro y fuera de clase. Fuera le parecía alegre, atractiva, juvenil para los años que tenía, y en clase patosa aunque graciosa. La inapropiada expresión de la opinión de Javi y el recuerdo de que todavía alguna vez le venía la regla le bajaron los ánimos y la liberaron de su estado de ansiedad y frustración reprimida. En el bar, entre conversaciones cruzadas, descubrieron, ella y Mariona, que habían estado viendo el martes el mismo documental del festival que había empezado esa misma semana. Habían coincidido en la misma sala y en el mismo pase entre apenas treinta personas y no se habían visto. Y eso que al parecer a ninguna le hubiese importado.
- Pues qué rabia
- Pues yo miré y no vi a nadie. Y estaba sola.
-Pues yo también. Si te hubiese visto...
Una historia en 7 cómodos capítulos para mayores de 38 años, porque con menos no lo entenderían.
Porque las palabras (Ansiedad, Baile, Comida, Deseo, Excitación...) no pueden calmarte. Porque la soledad nunca va sola. Porque somos cuerpos en medio del conflicto aunque nos atiborremos de croquetas.
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