Erase una vez una mujer que, estando en su trabajo mirando por el microscopio, descubrió una niña muy pequeñita que le hacía señas desde el otro lado de la lente.
Textos
Me siento en la terraza del bar del pueblo, del final del pueblo que da al campo, y no pasa nada.
Cuando cierro los ojos, tumbada en la cama bajo el edredón, empiezo a tocarme y me imagino con tremendo detalle lo que pasa con nuestros cuerpos.
Es domingo y a mediodía he bajado a echarme una cerveza. Es normal.
Fue una vez una niña que quería querer a alguien y que la quisieran.
El hall del aeropuerto estaba desierto y en penumbra, abandonado salvo por algún olvidado carrito y las luces de máquinas expendedoras y de bares con líneas cosméticas.
No sé por qué estaba pensando en cuando a una pareja que tuve le puse de condición para irnos a vivir juntos que no tuviésemos televisión y que mease sentado.
La sonrisa carioca estaba allí esperándome, en la puerta de la casa de la señora a quién servía y donde yo vivía, en esa cara mulata.









